Abraham, sin saberlo, también está esperando su sorpresa. Después de todo, no han pasado muchos años desde que recibió una promesa. Y ahora sin sospecharlo aun, su Padre está de regreso, y almuerza con él debajo de un frondoso árbol.
Me gusta la idea de que Abraham no haya provocado el encuentro. Me fascina el saber que fue exactamente al revés.
Toda mi vida he crecido con la idea de que es uno quien debe buscar a Dios, pero nunca me habían dicho que también es Dios quien busca al hombre. Paseándose en el huerto del Edén, sorprendiendo a un Moisés dubitativo tras una zarza, apareciendo en el medio del camino a Saulo de Tarso, o en un improvisado almuerzo campestre.
— Hmmm, delicioso —dice el extraño mientras saborea una costilla de carne asada.
—De igual modo, admiro la mano que tiene Sara para cocinar esos panecillos que disfrutamos como primer plato —comenta el comensal más alto—. A propósito, a dónde
se metió Sara?
Un almuerzo divino
Siempre quise saber qué cara puso Abraham cuando oyó la pregunta. En primer lugar, él todavía no la había presentado; en segundo lugar, cómo supo que su esposa se llamaba Sara?
Puedo imaginarme el rostro del patriarca anfitrión. (Igual a los niños que esperan a su papá cuando vuelve de viaje. Saben que algo trae de regalo. Si papá pregunta ,,cómo se portaron los niños?» es porque oculta algo debajo de la manga.)
— Supongo que… en la tienda. Eso es, en la tienda — responde.
El hombre termina de masticar, limpia las comisuras de sus labios con una servilleta y sencillamente, desempaca el regalo. La sorpresa esperada.
— Sara tendrá un hijo —dice.
Un momento. Este no es un tema para tratar en un almuerzo con desconocidos. Después de todo, se trata de la intimidad de una familia…
Me pregunto si fue en ese momento que Abraham se dio cuenta de que Dios había salido a su encuentro. Me pregunto si fue exactamente allí cuando se percató de que el Creador del universo, aquel que acomodó el cosmos en su lugar, estaba frente a él, saboreando su carnero asado.
Abraham contempla su regalo como un niño que, al estar tan sorprendido, olvida ser cortés y agradecido. Algo no está funcionando bien aquí, estos extraños no están de paso por la tienda de los viejos ancianos sin hijos. Dios estaba sencillamente dándole una sorpresa.
Aunque la incrédula Sara
A mí, como a ti, me dijeron que Dios solo aparece cuando alguien lo busca insistentemente. Que alguien debe hincar las rodillas, y si comienza a sentir dolor, Me enseñaron que uno es el buscador, siempre. Y Dios es el eterno buscado. Olvidaron mencionar que Él puede sorprenderte invitándose a un almuerzo contigo.
Sara estalla de la risa.
Préstame atención. No se sonrió femeninamente. No hizo un gesto amable con su boca ni dejó oír una holgada risita. Sara irrumpió con una carcajada.
No la culpes. Es que ella es una señora mayor. apenas está superando el trauma como para que usted venga a abrir viejas heridas. No se le hace un chiste así a dos pobres jubilados de los sueños.
Pero el hombre ya no es un extraño para el profeta. Es el mismo Dios que mantuvo el trato del regalo prometido.
—Por qué se ha reído Sara pensando que está muy vieja para recibir un regalo prometido? ¿Acaso hay alguna cosa difícil para Dios? —dice.
El Creador no estaba usando la ironía aunque lo parezca. De verdad quiere saber si ellos creen en el Dios de los imposibles.
Dios mantiene firme sus promesas y aún saldrá a nuestro encuentro las veces que sean necesarias, para poder encontrarnos, porque aún el viejo Abraham fue sorprendido a los 75 años y la promesa se cumplió. Llegó unos 25 años después, pero se cumplió.
Ah y por cierto, Sara fue perdonada por no creer.
Tomado del libro: «Arenas del Alma» de Dante Gebel