Más de dos décadas después del surgimiento de ese nombre –“selfie”–, este tipo de imagen se ha convertido en uno de los rasgos más definitorios del siglo 21. Los selfies no pierden vigencia: están en todas partes, en cualquier lugar del mundo, a cualquier hora.
Queramos o no, odiemos a las selfies o no, todos hemos sido partícipes de este fenómeno.
Por “selfie” se entiende cualquier fotografía de uno mismo tomada por uno mismo, por lo general con cámaras digitales –webcam, cámaras profesionales y, sobre todo, las cámaras de los smartphones– y con la intención, sobre todo, de ser compartidas en las redes sociales.
Se trata, entonces, de un tipo de autorretrato con unas particularidades específicas. En eso se diferencia de los autorretratos que se popularizaron en el siglo 20 con la masificación de las cámaras fotográficas y, luego, con la llegada de las cámaras Polaroid instantáneas, como el que se hicieron «Thelma & Louise” antes de emprender un desastroso viaje por carretera en la inolvidable película de Ridley Scott de 1991.
La «primera selfie” de la historia
A finales de octubre o principios de noviembre de 1839, un hombre de 30 años estaba solo en el patio del negocio familiar de alumbrado por gas en Filadelfia. Ante él, había una cámara improvisada con un objetivo hecho con unos binoculares de ópera.
Tras determinar que la luz del día era suficiente para exponer la placa metálica cuidadosamente preparada en el interior de la cámara, el hombre, Robert Cornelius (1809-1893), se dispuso a fotografiarse a sí mismo. Para lograrlo, tenía que permanecer inmóvil y mirar al frente durante 10 o 15 minutos.
En el daguerrotipo resultante –como se le denomina a la primera técnica fotográfica usada para captar imágenes mediante una cámara y un procedimiento químico– aparece Cornelius con el cuello de la camisa levantado, el pelo alborotado y cierto gesto de melancolía en el rostro
Esta imagen es considerada el primer autorretrato –en consecuencia, la primera selfie– de la historia y desde 1996 pertenece a la colección de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, la entidad cultural más antigua del país.
Nace una estrella
Ciento sesenta y tres años después, el 13 de septiembre de 2002, el australiano Nathan Hope publicó en un foro de internet una foto de su boca lastimada con el siguiente texto: «Borracho en el cumpleaños 21 de un amigo, me tropecé y caí de bruces (con los dientes delanteros muy cerca) en unos escalones. Me hice un agujero de un centímetro de largo en el labio inferior. Y perdón por el enfoque, era una selfie«.
Casi de inmediato, los medios australianos convirtieron a Nathan en una suerte de pequeña celebridad al endosarle el hito de haber acuñado el término “selfie”. Decenas de artículos se escribieron sobre la “hazaña” de este joven y, no mucho después, ya se hablaba de él en los medios internacionales.
Nathan negó ser el creador de ningún nuevo término, atribuyéndole esta construcción verbal al argot propio de los australianos y más, en su caso, a una borrachera. En su habla común, los australianos tienden a abreviar las palabras añadiéndoles el sufijo “ie”. Entonces, palabras como “barbeque” (parrilla o barbacoa) o “postman” (cartero) se convierten en “barbie” y “postie”, respectivamente.
En el caso de “selfie”, vendría a ser una combinación de “self” (yo, propio, ser) con el sufijo “ie”. Obviamente, esa palabra ya existía en la oralidad australiana cuando Nathan la escribió en su post, y fue mucho tiempo después que empezó a generalizarse en el habla común con el significado que tiene hoy en día.