La noche del 9 de noviembre de 1989, fue derribado el Muro de Berlín, que dividió la capital alemana durante otras casi tres décadas.
Su caída posibilitó la reunificación alemana y fue precursora de la desaparición de la Unión Soviética y del final de la Guerra Fría. Después de casi treinta años familias o grupos de amigos, que por vivir en distintos lugares de una misma ciudad habían sido separados, por fin podían fundirse en un abrazo.
El muro había sido levantado en el año 1961 cuando las autoridades soviéticas quisieron frenar la fuga de ciudadanos de la Alemania Democrática (socialista) a la Alemania Federal controlada por EEUU Inglaterra y Francia.
En Israel cuando el templo todavía estaba de pie, existían distintos muros que separaban a la gente que iba a adorar a Dios, había distintos patios, uno para los extranjeros, otro para las mujeres uno más para los hombres, y los únicos que podían entrar el templo eran los Sacerdotes.
En la carta a los Efesios Pablo nos enseña que fue Jesús con su muerte, quien derribó ese muro de modo que todas las familias del mundo, más allá de su origen tiene el mismo derecho a acercarse libremente al trono de la gracia.
Pues Cristo mismo nos ha traído la paz. Él unió a judíos y a gentiles en un solo pueblo cuando, por medio de su cuerpo en la cruz, derribó el muro de hostilidad que nos separaba.
Es interesante pensar la frase que utiliza el apóstol el muro de hostilidades, cuántas veces nosotros levantamos muros de rencor con los demás porque no pensamos de la misma manera, las famosas grietas argentinas, los K contra los M, River Boca, etc.
En otra carta, en Gálatas, también Pablo afirma que delante de Dios, todos somos iguales, Él nos ve como iguales.
Pues todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Y todos los que fueron unidos a Cristo en el bautismo se han puesto a Cristo como si se pusieran ropa nueva. Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y ahora que pertenecen a Cristo, son verdaderos hijos de Abraham. Son sus herederos, y la promesa de Dios a Abraham les pertenece a ustedes.
Nos vestimos de Cristo, quedamos revestidos con Él, entonces cuando el Padre nos mira no ve nuestras diferencias, no ve nuestras debilidades, no ve nuestras dudas. Él ve a Cristo, Él ve a su hijo amado.
En otra parte de las escrituras, también nos recomienda Pablo que nos revistamos con Amor que es el vínculo perfecto. Jesús cuando oraba por sus discípulos pedía al Padre que sean uno, para que el mundo crea, la mejor manera que tiene la iglesia de predicar del amor de Dios, no está en las palabras que pueda usar, no está en los milagros que pueda hacer, sino en que seas un verdadero ejemplo de unidad y de amor.