Cuando se nos cortan las libertades, sólo nos queda la Fe
Columna

Cuando se nos cortan las libertades, sólo nos queda la Fe

En toda esta crisis social que nos atraviesa en estos días, los nervios se crispan, las paciencias se acaban y todo lo malo parece aflorar con mayor intensidad. Nos sentimos acorralados por un mal que no flaquea y una desesperanza que no reconoce un horizonte. Días únicos, que nadie esperaba ni deseaba vivir, una realidad que parece sacada de algún guionista de película post apocalíptica, digna de cine hollywoodense, pero muy impropio de nuestra cotidianidad.

Lo que todos pareciéramos tener en claro y compartirlo, es en la gravedad de la situación. Que nuestras vidas ya no serán las mismas, que nuestras interacciones sociales ya no serán como las conocíamos y hasta podría influir en la demostración de nuestro afecto, generando una distancia hasta en un abrazo, la demostración de cariño más genuina que teníamos. El panorama es gris y poco alentador, pero hay algo que todavía muchos mantenemos, que es nuestra espiritualidad.

Un gran porcentaje de la población es, bajo sus preceptos, creyente y practicante de alguna fe, comulga alguna religión y al menos trata de llevarla con un mínimo de coherencia. Las instituciones religiosas cumplen un rol de acción social, muchas veces invisibilizado por el cinismo de una sociedad laica, que desde la comodidad de su hogar busca cualquier excusa para desprestigiar la labor eclesial. Entre las instituciones también se da, en otro grado, una competencia, para ver quien lleva la verdad verdadera y a veces estas mezquindades colaboran con el sentimiento agnóstico colectivo. Pero seamos sinceros, estas instituciones son dirigidas por hombres. Hombres que buscan acercarse a una entidad superior -Dios en la mayoría de los casos- y buscan un bien colectivo, superior, algo lejos del entendimiento racional.

Estos días, estas instituciones fueron foco de estas masas que, por leer fuentes inchequables de la deep web, se consideran moralmente superiores a quienes no temen profesar su Fe. Que el Vaticano posee millones –algo no del todo alejado de la realidad, salvo que se tratan de bienes patrimoniales y es una discusión aparte-, que los pastores de las iglesias no donan lo recaudado por sus iglesias, mientras se dan una gran vida, etc, etc. De este tipo de posteos hay muchos, varios y de todos los colores, algunos un poco más fundamentados que otros.

No obstante, nos llenamos la boca hablando de solidaridad, de compromiso, de quedarnos en nuestras casas por el bien de todos y ese discurso progre, tan fácil de repetir, pero a su vez con un contenido sencillo que carece de un trasfondo solidario real. ¿De qué solidaridad hablamos, si destruimos eso poco que nos queda, que es la FE? La moralina berreta, alimentada por esa consciencia progre de clase, que te dice que poder hacer cuarentena es un privilegio de clase, desde su costoso smartphone, a su vez se caga en el sostén anímico que tienen miles de personas, que encuentran consuelo en la oración, burlándose y reclamando una acción que no están dispuestos a realizar.

Las instituciones religiosas posiblemente puedan hacer mucho más que invitar al clero a realizar plegarias. Posiblemente tengan un poder económico que un ciudadano promedio y cierta filosofía caritativa pueda ser cuestionada, pero no creo que sea el momento. Cuando la tormenta deje de desprender techos y las aguas dejen de inundar corazones, planteemos cuestiones que, en este momento, sólo empeoran una situación en la cual nadie está disfrutando ni pasándola bien. El momento de cuestionar llegará, pero ahora sigamos usando las herramientas que tengamos para sobrevivir con cordura y evitando destruir, cuando necesitamos construir.