El nuevo «superalimento»: el Gobierno busca impulsar el cannabis en la cocina
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El nuevo «superalimento»: el Gobierno busca impulsar el cannabis en la cocina

Primero fue el aceite medicinal de cannabis. Después, el cáñamo industrial. Y ahora parece haberle llegado el turno a los alimentos. El Gobierno está analizando la incorporación del cannabis al Código Alimentario Argentino, lo que permitirá utilizar sus semillas, que se consideran un “superalimento”.

Lo dicen productores involucrados en el tema e ingenieros en alimentos, pero este calificativo se lo puso también el Ministerio de Salud de la Nación en un comunicado que difundió la semana pasada anunciando la simplificación de los trámites en el registro de autocultivo de cannabis medicinal.

“Se tenderá al mayor aprovechamiento de diferentes propiedades nutritivas del cannabis y sus semillas de alto valor nutricional considerándolo como un superalimento”, se lee en el texto en el que se detalla que la Comisión Nacional de Alimentos (CONAL) está avanzando en la normativa y en “acompañar a las regulaciones nacionales ya existentes sobre el cultivo del cannabis y del cáñamo industrial” con el objetivo de “propiciar el desarrollo de las economías regionales dedicadas a este sector productivo”.

Según pudo saber Clarín de fuentes vinculadas al sector, el 7 de marzo ingresó la propuesta del Instituto Nacional de Alimentos (INAL) para incluir las semillas del cáñamo y sus derivados y también el cannabidiol (CBD) en el Código Alimentario, que regula todo lo que tiene que ver con la producción y comercialización de alimentos en el país. Dicen que se está trabajando y creen que la inclusión saldrá, pero que hay aún “algunas opiniones de gente mayor más conservadora que sigue aferrada a conceptos del prohibicionismo que vincula todo lo que tiene que ver con el cannabis con la droga”.

Cuando el cannabis era legal

Hubo un tiempo en que el cannabis fue completamente legal. Sí, también en Argentina. Por ejemplo, un aviso publicado en el diario La Nación en 1871 promocionaba la venta de «cigarros de cannabis» importados desde la India que se indicaban para el asma, la ronquera, la sofocación, el insomnio y la tos nerviosa.

El sociólogo y antropólogo español Isidro Marín Gutiérrez, que escribió un libro sobre la historia del cannabis, apunta que el desarrollo de medicamentos sintéticos marcó la decadencia del cannabis como farmacéutico. El control internacional que comenzó en 1925 y la demonización por parte del magnate estadounidense William Randolph Hearst (quien lo llamaba «marijuana») llevaron a la prohibición del cannabis en Estados Unidos en 1937, lo que frenó también el cáñamo industrial en la producción textil y de papel.

Las Naciones Unidas prohibió mundialmente el cannabis en la Convención Unica de Drogas de 1961. En 2020, el mismo organismo lo eliminó de la lista de drogas en la que figuraba junto a la heroína, habilitó el uso médico y científico pero definió que el uso recreativo siga siendo ilegal.

Antes de hablar específicamente del cannabis como alimento, valen otras aclaraciones necesarias. Una, legal, que en Argentina ya se aprobó además de la primera ley de cannabis medicinal en 2017, la ley de desarrollo de la industria de cannabis medicinal y cáñamo industrial en mayo del año pasado, que aún no fue reglamentada.

Según el uso que quiera darse a la planta, es el manejo fitosanitario que se hace. De hecho, las plantaciones para cannabis medicinal o para cáñamo industrial están separadas. Si se apunta a utilizar sus fibras, se requieren plantas altas, lo que no es necesario en el caso del cannabis medicinal o del “superalimento cannabis”.

“Cuando hablamos de cannabis y alimentación tenemos que definir dos universos”, hace otra diferenciación Pablo Fazio, presidente de Argencann, la Cámara Argentina del Cannabis. El primero es el que se llama “cáñamo hortícola”, esto es, el procesamiento de la semilla.

Pero también está lo que se denominan “novel foods, que son alimentos que utilizan como adictivos propiedades psicoactivas del cannabis como el CBD para dar beneficios funcionales a sus consumidores. Un uso muy son las aguas infusionadas o isotónicas para atletas, que tienen propiedades desinflamatorias y calmantes”, explica.

Y además se pueden utilizar las pequeñas hojuelas pegadas a la flor, que se le sacan en un proceso llamado trimming, para elaborar tés medicinales. “No están lejos de los tés que hoy compramos en las dietéticas, mucha gente prefiere cursar tratamientos para algunas cosas tomando infusiones que comprando medicamentos en las farmacias”, señala.

Respecto del cannabis como alimento, lo que importa es la semilla. Leandro Da Silva es ingeniero en alimentos y explica que se hace una primera prensada en frío de la que se obtiene un aceite de gran calidad. Y en lo queda de la semilla, un 30% son proteínas. Y esa harina que se procesa de la semilla “tiene 40% de fibras de las cuales 15% son fibras digeribles, además de vitaminas y minerales. Es un alimento para tener en cuenta”, remarca.

Aceite y harina entonces es lo que nos da la semilla del cannabis. Y ambas tienen importantes propiedades nutricionales. «El valor nutricional de los alimentos se mide por sus aportes; en las proteínas, por los aminoácidos esenciales y en las las grasas, por los ácidos grasos esenciales. El aceite de cannabis tiene omega 6 y omega 3 en una relación óptima para la salud. Y respecto de las proteínas, las de origen vegetal no tienen buena digestibilidad pero en este caso sí. En comparación con las legumbres, por ejemplo, no causa flatulencia y eso también es importante a la hora del consumo”, explica el especialista.

Da Silva, que trabaja en la industria de la panificación, advierte que la harina de cannabis no sirve para panes porque no tiene gluten. Pero sí es ideal para realizar mezclas con otras harinas porque puede aumentar hasta un 20% el valor nutricional del alimento y es muy recomendada para adicionarla justamente en las dietas sin TACC. Respecto del aceite, cuenta que tiene una cierta nota a nuez muy agradable y que lo recomendable es utilizarlo crudo.

Para Fazio, “el cáñamo va a ser un elemento más de la alimentación de los argentinos”. El ve que hoy estamos “en un estado de pre industria” y que “de la mano de los emprendedores y las pymes que tienen menos restricciones que las grandes corporaciones para desarrollar mercados, van a ir apareciendo estos productos. Estamos a la espera de la reglamentación inminente de la ley de cáñamo y la idea es que la industria se formalice para tener proyectos de calidad. Pero es imposible pensar en una industria si no tenemos lo principal, que es la materia prima”.

En este sentido, también hay avances. Este mes, y después de medio siglo, se concretó en el país la primera cosecha experimental de cáñamo, cultivo prohibido desde la década del 70. Lo hizo la empresa Industrial Hemp Solutions (IHS), con el apoyo técnico de la UBA y de equipos de la Secretaría de Agricultura, el SENASA y el Instituto Nacional de Semillas.

Maximiliano Baranoff es director de Innovación de IHS. El venía de la industria de la sustentabilidad y ve en el cáñamo, además, una oportunidad en este sentido. “El cáñamo es un cultivo anual que secuestra cuatro veces más cantidad de dióxido de carbono que un bosque forestal. No solo tiene un impacto en los gases de efecto invernadero sino que en un esquema de agricultura regenerativa fija el carbono orgánico y mejora el rendimiento de los próximos cultivos que pongas: por ejemplo, en rotación de cáñamo con papa mejora el rendimiento entre un 20%y 30%”.

Y, agrega, si el expeller (el residuo de la extracción del aceite) se utiliza para alimentar ganado vacuno le baja la producción de metano, lo que “también es un efecto positivo en términos ambientales”.

El pilar de la empresa es la genética, para la que trajeron 15 de distintas partes del mundo, algunas más apuntadas al grano y otras las fibras, y las validaron en nueve ecorregiones. Pero también quieren meterse an la transformación industrial. Así, su modelo de negocio apunta a la venta de la semilla que mejor funcione para cada productor, a generar convenios de producción con ellos para comprarles granos y tallos y transformarlos respectivamente en aceite y semillas y en fibras, y en seguir invirtiendo en investigación para validar todos los años la genética.

“Hay muchas cadenas de valor locales en las que se puede introducir el cáñamo y hay una demanda insatisfecha en Europa y en China”, remarca. Y Fazio coincide: “Nuestra industria alimentaria es de las mejores del mundo. La gran apuesta es generar valor agregado y ahí tenemos una oportunidad”. Soñar con volver a ser el granero del mundo, pero desde el cannabis.